“A mí el estrés me adelgaza”. ¿Cuántas veces hemos escuchado o incluso dicho esta frase? ¿Cuánto de cierto hay en ella?
Es verdad que hay personas a las que “se les cierra el estómago” cuando están en un estado de nerviosismo, y comen menos. Así que en consecuencia, algunas personas adelgazan cuando están estresadas.
Sin embargo, hay otras personas a las que les ocurre lo opuesto y les da por comer más cuando están estresados, nerviosos o ansiosos. Además, al contrario de lo que se cree, el estrés no adelgaza, sino que parece que puede contribuir a un aumento de peso. Se ha descubierto que hay una conexión entre el estrés, el apetito y el aumento de peso. Las químicas que se producen en nuestro organismo cuando sentimos estrés pueden determinar lo que comemos y cómo se almacena la grasa en nuestros cuerpos.
Uno de los motivos es el cortisol,” la hormona del estrés”. Unos niveles altos de esta hormona pueden provocar una predisposición por comer alimentos dulces y salados.
Distintas investigaciones señalan que cuando comemos comidas azucaradas y/o con mucha grasa, nos sentimos calmados. Esto ocurre también debido a que este tipo de alimentos activan áreas cerebrales relacionadas con la recompensa y el placer, y a que nuestro cerebro segrega más dopamina. Por lo que también podemos sentir una especie de “chute” que además de “aliviarnos” nos “anima” cuando estamos tristes. Comer parece que “nos ayuda” a anestesiar esas emociones desagradables, al menos a corto plazo.
Por todo ello, es habitual que haya problemas de peso y alimentación (por exceso o por defecto) en personas con un estado de ánimo depresivo y/o que estén viviendo un proceso de duelo. El proceso de duelo, así como la depresión, resultan muy estresantes, por lo que es habitual que los niveles de cortisol sean elevados.
Cabe mencionar también, ya que en épocas de estrés dormimos peor, que la falta de sueño nos puede llevar a comer de manera más compulsiva. Esto puede deberse a un aumento de la hormona grelina (asociada con el apetito, que además promueve el almacenamiento de grasa y ralentiza el metabolismo) y a una disminución de los niveles de la hormona leptina (asociada con la sensación de saciedad). Es decir, parece que aumenta la sensación de hambre y disminuye la sensación de saciedad. Y además el metabolismo se ralentiza y almacenamos más grasas.
Además, al parecer, si consumimos alimentos azucarados, comida rápida, con mucha grasa… de forma habitual, nuestro cuerpo se acostumbra a esa dopamina anteriormente mencionada que le viene dada desde fuera y la produce en menor cantidad. En ese sentido se vuelve “dependiente” de esa sustancia. Y es más, se crea un efecto de tolerancia, por lo que para que nos cause el mismo efecto, necesitamos un consumo mayor de estos alimentos. Ahora bien, cuanto menos cantidad consumamos menos “nos pide el cuerpo”. Así que tampoco lo usemos para justificarnos y seguir alimentándonos de forma poco saludable.
Otro motivo por el cual tendemos a comer de manera emocional ante estas situaciones es por aprendizaje. Para celebrar cualquier evento o logro organizamos una comida/merienda/cena, para demostrar aprecio a alguien le solemos preparar su plato favorito, el cine también nos muestra siempre a una chica a la que ha dejado el novio consolándose con un bote de helado de tamaño industrial…
Por todo ello, es entendible, que todos, en mayor o menor medida, cuando nos sentimos tristes o estresados, tendamos a comer dulces y/o grasas como “solución” a nuestros problemas; aún sabiendo que esto no soluciona nada y que en ocasiones añade un problema más.
La solución pasa por aprender a gestionar el estrés de manera sana y adaptativa, en lugar de a través de la comida. La comida tan solo satisface una necesidad corporal: el hambre.
Si no es hambre lo que sentimos cuando vayamos a comer, pararse y pensar qué es lo que sentimos y necesitamos, nos puede ayudar a buscar la solución que verdaderamente satisfaga nuestra necesidad. Otra cosa que nos puede ayudar a aliviar ese estrés es practicar ejercicio físico de forma regular. Está comprobado que disminuye de forma considerable los niveles de cortisol. (Para más información leer el artículo: Beneficios psicológicos del deporte).
El helado y las patatas fritas pueden hacer que una persona se sienta mejor a corto plazo, pero la sensación no es duradera y a largo plazo sólo aumenta ese malestar inicial (aumento de peso, sentimiento de culpa por haber comido algo que nos puede perjudicar, …).
Lo que comemos influye en cómo nos sentimos. Y a su vez, cómo nos sentimos influye en lo que comemos y cómo lo comemos. Por lo que en ocasiones, la ayuda de un profesional de la nutrición y de la psicología pueden servir de gran ayuda.
Mantener una buena salud, en el sentido amplio de la palabra, es lo que constituye la victoria definitiva contra el estrés y el aumento de peso.
Nerea Gomez, Psicóloga Sanitaria.
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