Pongámonos en situación: queremos adelgazar, bajar unos kilos. Llevamos toda la vida a dieta, o de dieta en dieta. Las hemos probado todas. Pero no nos funciona ninguna. O al menos no por mucho tiempo, porque cuando la dejamos, recuperamos todo lo perdido y más. Siempre empezamos con muchas ganas pero lo terminamos dejando. Lo intentamos por nuestra cuenta. Siempre empezamos a cuidarnos los lunes. Pero a veces no llegamos ni al final del día… Entonces, nos enfadamos con nosotros mismos por “no ser capaces de hacerlo solos” y por “no tener fuerza de voluntad”.
Y al final decidimos volver a acudir a un profesional. He aquí la cuestión, ¿a cuál?
Seguramente acudamos a un nutricionista-dietista común. Este nos pondrá una dieta que deberemos seguir. ¿Y luego qué? Estamos otra vez en la misma situación.
SI QUEREMOS RESULTADOS DISTINTOS, DEBEMOS HACER ALGO DIFERENTE, ¿NO?
Muchas dietas fracasan porque no tienen en cuenta los factores emocionales y psicológicos que interfieren en nuestra forma de alimentarnos, en nuestra relación con la comida. Es aquí donde entra en juego el papel del psicólogo, junto con el del nutricionista, claro está.
A menudo comemos por intentar satisfacer otro tipo de necesidades que nada tienen que ver con el hambre… Es decir, comemos de manera emocional. Gestionamos nuestras emociones a través de la comida. Y esto, tiene su lógica. Por ejemplo, cuando nos sentimos estresados o ansiosos, al comer algo dulce, sentimos como “un chute” que nos “tranquiliza”. Esto tiene una explicación: los alimentos más calóricos ricos en dulces y grasas frenan a corto plazo el efecto del cortisol, la hormona que se libera cuando estamos estresados.
Así que a corto plazo, “nos calma”. Pero eso, a corto plazo. Reflexiona, ¿cuánto te dura ese “chute” que te tranquiliza después de comer? No es una solución válida. A largo plazo además, puede estar añadiendo un problema mayor. Por eso, la solución más eficaz y sana (física y mentalmente) es aprender a gestionar nuestras emociones de manera adecuada, tanto a corto como a largo plazo. Esto nos ayudará tanto a bajar de peso, como a mantenerlo después. Y también nos beneficiará en otros ámbitos de nuestra vida…
Otros aspectos que convienen trabajar son la paciencia, la constancia, la autoestima y los pensamientos negativos (entre otros). Cuando empezamos una dieta, hacemos un esfuerzo y queremos que eso se refleje en la báscula, pero que se refleje YA. Cuanto antes. Y si un día no se refleja nos decimos que hemos hecho tanto esfuerzo “para nada”… Entonces, picamos algo, “porque total..”. Y una vez de habernos salido de la dieta, hacemos otro “pecadito” porque “ya total..”. Encima, nos vemos peor físicamente y eso nos lleva de vuelta a comer. Y así suma y sigue.
De esta manera confirmamos que “no tenemos fuerza de voluntad”, “que no podemos”… Nos lo hemos repetido tantas veces que nos lo hemos terminado creyendo. Pero no es cierto, o sí, depende de lo que tú creas… Y lo que tú creas, depende de ti.
Por eso, cuando nos planteemos hacer una dieta para adelgazar, sobre todo si ya hemos pasado por ese proceso una y otra vez, nos conviene acudir a un nutricionista sí, pero también a un psicólogo que nos de unas pautas para gestionar nuestras emociones, cambiar los pensamientos negativos, motivarnos y al fin y al cabo, ayudarnos a que nos ayudemos a nosotros mismos, en el proceso de conseguir una buena relación con la comida, con nosotros mismos y con los demás.
Nerea Gomez, psicóloga sanitaria.
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