El caballero, el ogro y la princesa
Un buen
día, tuvo la osadía de raptar a la hija del rey, y llevarla a su castillo, en
lo alto de la montaña. El rey, desesperado, publicó un edicto en el que ofrecía
la mano de la princesa a quien la rescatase del ogro. Se presentaron dos
caballeros: uno con una armadura magnífica, nueva y reluciente; y el otro, un
pobre caballero que había cogido prestada la armadura de su padre, que era
vieja, y además, le venía algo grande. Ambos estaban tan enamorados de la
princesa, que se arriesgaron a subir donde el ogro tenía su castillo.
Cuando
estaban preparándose para su tarea, llegaron noticias de que el ogro se había
ido a otra cueva a cazar. Desde la cueva, vigilaba el camino al castillo, de
forma que nadie podría subir sin que él lo viese. Los caballeros, asombrados
por su suerte, iniciaron la escalada. Cuando llegaron al lugar que estaba bajo vigilancia
del ogro, este les vio y les lanzó dos certeras flechas. Les dio a ambos en el
hombro, en el mismo lugar, causándoles un dolor insoportable. Además, comenzó a
gritarles “con esa flecha en el cuerpo nunca llegaréis al castillo, ni podréis
subir las murallas. Perderéis mucha sangre y moriréis antes de llegar. Volved
atrás”.
El
caballero de la armadura reluciente pensó “lleva razón”, y bajó rápido,
pensando, “necesito estar fuerte para llegar; en cuanto me cure y me sienta
bien, volveré y venceré al ogro”.
El de la
armadura vieja, hizo oídos sordos y con el mismo dolor y sufrimiento que el
otro, siguió hacia arriba. Llegó al castillo, agotado y dolorido; pero según se
acercaba se le olvidaban el dolor y su herida. Finalmente rescató a la princesa
y se casó con ella, llegando a ser un rey muy querido en aquella nación.
El
caballero pobre no dio importancia a la herida y al dolor, mientras que el otro
cayó en la trampa de pensar que primero debería sentirse bien para luego hacer
lo que tanto anhelaba. El pobre, frente a su deseo de alcanzar su meta, no dio
importancia a su herida, ni hizo caso a los pensamientos que el ogro puso en su
cabeza, mientras que el otro concedió importancia a sentirse bien, a la
comodidad a corto plazo, por encima de sus valores.
Reflexión:
es importante tener claro qué es nuestra “princesa”, es decir, identificar los
valores por los que nos merece la pena (nos merece pasar la pena) arriesgarnos
a sentir todo el sufrimiento que sea necesario; y aceptar ese coste, para así
continuar en el camino hacia lo que da sentido a nuestra vida.
Hay pensamientos muy dañinos
que no nos dejan que comprobemos si son reales o no. Este chiste refleja muy
bien cómo son:
“Un hombre iba por la calle
principal de su pueblo aterrorizado y golpeando de forma extraña dos palos.
Cuando le preguntaron qué hacía, contestó “espantando leones”. Le dijeron
“¡Pero si aquí no hay leones!”, ante lo que afirmó con seriedad el hombre
“¡claro, los he espantado yo todos!”
Este hombre creía tanto en ese pensamiento de que si dejaba de dar golpes con los palos, había leones que le atacarían, que le daba un miedo terrible dejar de golpearlos para así poder comprobar si su creencia era cierta o no. Si hacemos caso al pensamiento, haremos cosas que no nos permitirán tomar contacto con la realidad y comprobar que no es cierto lo que nos dicen.
Nuestros pensamientos y
nuestras sensaciones nos pueden decir que no vamos a ser capaces de conseguir
lo que queremos, que no merece la pena ni intentarlo. Si seguimos el impulso
que sentimos, no lo intentaremos y no comprobaremos si podemos o no lograrlo.
Estos pensamientos nos generan ansiedad, depresión, rabia, decepción…
La solución es tener claros
nuestros valores, lo que nos importa en cada momento, en el presente, aquí y
ahora, y hacerlo por encima de lo que nuestros pensamientos, complejos,
sensaciones… en definitiva, nuestro OGRO, nos impulse a hacer.
Para ello, volviendo al ejemplo del chiste, el hombre tendría que enfrentarse al miedo de que los supuestos leones le puedan atacar. Ese sería su coste, el precio a pagar...
Nosotros, tendríamos que responder a estas
preguntas: ¿qué precio tendría que pagar para actuar en consonancia con cada
uno de mis valores? (en cuanto a diferentes ámbitos de mi vida: familiar,
emocional, laboral…) ¿Qué justificaciones me estoy dando para no luchar por
cada uno de mis valores? ¿Qué precio estoy pagando y cómo me siento por no
luchar por mis valores? ¿Me merece la pena luchar?
Tú decides...
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