ALIMENTACIÓN EMOCIONAL
¿Tiene relación lo que comemos y cómo lo comemos, con lo que sentimos y cómo lo expresamos? La respuesta es sí. No hay más que fijarnos en algunas expresiones. El lenguaje está lleno de traducciones corporales que expresan emociones y afectos. Por ejemplo, decimos “ésto me da náuseas” para referirnos a algo que no podemos aceptar o procesar; o “se me revuelve el estómago”, cuando sentimos enfado o angustia.
Por otro lado, la función de la nutrición está muy relacionada con cómo nos sentimos, pues nuestro apetito puede cambiar con gran facilidad cuando cambia algo en nuestras vidas y tenemos que asumir nuevos retos.
Además, alimento y afecto se entrelazan desde que nacemos, pues vamos creando un lazo afectivo con la persona que satisface una de nuestras necesidades básicas, la comida.
La comida no es sólo comida, es también el vehículo por el que recibíamos alimento afectivo de la persona que nos cuidaba. Además de con la leche, la madre alimenta al niño con su afecto, sus palabras, con el tono en el que le habla, con la forma en la que lo coge... De ésta manera, el adulto puede transmitir al niño su angustia, su impaciencia, su exigencia o su placer al alimentarlo. Y sobre todo, teniendo en cuenta que los niños son especialmente sensibles al estado emocional de las madres.
Las dificultades con la alimentación son una manera de expresar lo que sentimos y no decimos, emociones que no podemos reconocer o sentimientos inconscientes que intentan ser conscientes... En definitiva, los conflictos con la alimentación pueden ser manifestaciones de lo que no se dice.
Muchas veces no es la realidad de fuera la que nos causa sufrimiento, sino la interpretación que hacemos de ella, a partir de conflictos que están reprimidos y no resueltos. Cuando no aceptamos nuestro cuerpo o nuestra manera de ser, pueden aparecer dificultades con la comida, pues intentamos justificar el rechazo que creemos que provocamos en los demás o en nosotros mismos, con ”los kilos de más”.
Puede que nos sobren menos kilos de los que pensamos, pero que nos falten algunos gramos o kilos de autoestima. Al centrar nuestra atención en el peso, negamos la angustia que nos produce indagar en nuestro interior, “la báscula es más fácil de controlar que nuestra mente”. Entonces, pueden aparecer síntomas como la inapetencia, los atracones, compulsiones, obesidad, anorexia y bulimia.
Desamor, abandono, culpa, rabia, celos, rivalidad, angustia, tristeza.... son algunos de los sentimientos que pueden estar intentando expresarse a través de los conflictos con la alimentación. Lo que no se verbaliza, el cuerpo lo somatiza. Pararnos a pensar qué nos ocurre y ponerle palabras a lo que sentimos, puede ayudarnos a enfrentar de manera adecuada y sana a aquéllo que no nos deja estar bien.
Nerea Gomez, Psicóloga Sanitaria
(Fuente: libro “Alimentación Emocional”, de Isabel Menéndez)
(Fuente: libro “Alimentación Emocional”, de Isabel Menéndez)
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